En los casi seis años sin festival se estableció la bachata internacionalmente; el merengue de calle irrumpió con toda su fuerza, contra viento y marea; surgieron nombres que la última vez del festival lo vieron desde el terreno o las gradas, y ahora ocupan un sitio bien ganado en el más grande escenario jamás concebido al menos en el Caribe.
En todo este tiempo de ausencia del evento surgieron nuevos productores artísticos, con guerrita sorda incluida y República Dominicana se estableció como parte del mercado de la música -que ahora no se basa en la venta de discos, sino en los espectáculos-; desaparecieron casas disqueras internacionalmente; para algunos el merengue tradicional no se ha sabido reinventar en el siglo XXI -aun que sigue presente, y de hecho lo está en el evento- y han surgido nuevos nombres de estrellas y otras que entonces eran febrilmente seguidas se han opacado.
Como todo cambia, el festival blasona toda la tecnología de punta en sonidos, imágenes y montaje. Y todo eso, para llevar al pueblo dominicano, la gran fiesta esperada, una deuda que paga con creces la cervecería Nacional Dominicana.
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